Él, sin embargo, seguía inmerso en la neblina obscura que lo reflotaba
en aquel viaje a ninguna parte. Las turbulencias anunciadas por megafonía y
destiladas con la sonrisa inane de la azafata, eran la expresión terrena del
vaivén de sístoles y diástoles que le percutían el pecho al pensar que aquel
vuelo, no era sino el deseo histérico de recuperar las alas, sus alas, que
yacían cosidas al somier compartido que apenas unas horas antes regaba con su sudor
y el de ella. Elixir digno de dioses sustituido ahora por una ridícula botella
de ron dominicano. Señorita, otro por favor.
