Salí de
casa sin pensamiento alguno de trepar a aquel árbol, sin embargo fue tal el
impulso que sentí por arrancar ese coco que tuve que encaramarme y comenzar mi
ascenso.
Llevada
por el felino impulso, usé todas mis fuerzas para escalar aquel tronco inane
que me llenaba los brazos, subí, despacio, administrándome el aliento como si
no fuese mi debut en aquel arte.
Así
contra todo pronóstico alcancé mi meta y logré tocar casi con todos mis dedos
la áspera esfera marrón que me había llevado hasta allí.
¡Ya lo
tengo!, grité casi involuntariamente, lo arranqué y lo dejé caer con sumo
cuidado al suelo para disponer de mis dos manos durante el descenso.
Pero al
colisionar contra la superficie se rompió en mil pedazos y su jugo empapó la
tierra, la misma que unos minutos me había servido de soporte para impulsarme
hacia la primera rama.
Hoy no
comeremos coco, hoy ya no te quiero.

No hay comentarios:
Publicar un comentario