Crece la hierba sobre mis zapatos, llenos de fósiles, sal y restos de insectos sin aguijón.
Florece un sol que difumina con sus rayos mi pupila y anticipa un día de sofocantes promesas, sin embargo me hallo impasible detrás de este invierno que me separa del mundo.
Sabiéndome eterna en aquel paseo tan cerca del mar y tal lejos del epicentro decido huir, siempre decido huir.
Coger la bici, llenar los pulmones y pedalear notando que el aire me descalza, me despeina el rumbo y, como las ruedas, giro hasta encontrar de nuevo el camino, mil veces andado, hasta la playa.
Hasta ese mar carente de oleaje que allana con su calma una orilla de artificios embarrada y extrañamente bella.
Ese mar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario