A la hora del café
desayuna el tiempo fúnebre
los restos de la tostada del invierno.
El calor sofoca
la imagen del estío compartido,
desde la soledad de un pupitre
Como si existieras
con brazos, piernas
y esas manos,
siempre las mismas manos.
Tu voz me lee los pensamientos
y me quedo al descubierto
sin guarida, ni pena, ni sombra.
Y detrás de ese aletear
de mariposas sin efecto
surge la idea vaporosa
de encontrarte
tras este montón de palabras.
Allí dónde estés
ajeno a mis desayunos
de espaldas a esta taza de café,
desconocemos los pasos.
A la hora del café
este olor nos pone de espaldas
y sin espadas posibles
derrumbamos las paredes
que nos aíslan,
para encontrarnos
para reconocernos.

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